En la actuaidad todo está medido, contabilizado y hasta traducido a dólares o a
euros. Desde el agua que usamos cotidianamente hasta la cantidad de atunes en
el mundo. Todo tiene dueño y es usado como moneda de cambio entre países y
empresas globales. Si un país carga con una deuda externa demasiado pesada,
entonces se le permite ya no pagar con dólares, si no con sus recursos
naturales. Todo esto auspiciado por organizaciones mundiales que se supone que
protejan la soberanía de sus países miembros en lugar de funcionar como un “Expo
Planeta”, donde los países en desarrollo van a ofrecer sus tierras y sus
recursos a las empresas globalizadas y a los países industrializados.
El cambio climático y en sí la destrucción del medio ambiente son de
interés mundial, pero en muchos casos
este interés no tiene una base filosófica ni humanista, sino más bien
comercial. Las afectaciones al medio ambiente que impactan el desarrollo o
mejor dicho la acumulación económica, son inmediatamente categorizadas como
focos rojos de interés mundial, mientras que las afectaciones provocadas por
empresas como la minería o las petroleras son ignoradas y hasta minimizadas.
En muchos casos estas afectaciones ignoradas no impactan únicamente al
medio ambiente (que ya de por si ésto es nefasto), sino también a las
comunidades que viven en esa zona afectada. Ejemplos hay muchos: la
deforestación del amazonas y el desalojo de las tribus que habitan zonas ricas
en recursos, las plantas químicas (como Union Carbide) en india cuyos desechos
causan enfermedades a las poblaciones vecinas, las mineras canadienses en
México, en fin, existen docenas y docenas de casos en los que las
organizaciones mundiales omiten tomar cartas en el asunto pero cuando se trata
de velar por intereses económicos globales, entonces se crean mecanismos,
normativas, y hasta comisiones especiales que entren en acción para tomar el
control de la amenaza.
Uno de esos mecanismos es incorporar los recursos naturales de los
países en cuentas nacionales con fines económicos. De esta manera, la soberanía
de los recursos naturales de cada nación es abolida. Ahora será sujeta a las
condiciones económicas del país en cuestión y a la buena fe de los países o
empresas interesados en invertir en sus recursos. Lo cual recuerda un poco a la
manera de proceder en el juego de mesa Monopoly. Ya avanzado el juego si algún
jugador debe demasiado dinero a otro o al “banco”, lo único que le resta para
sobrevivir es comenzar a vender sus propiedades. Ésto simplemente lo libera
parcialmente de las deudas, pero no le permite ya seguir creciendo. En algún
momento se le acaban las propiedades y entonces viene la bancarrota. Desde
luego hay jugadores que ofrecen ayudar de alguna manera al vencido, pero todos
piden una cuota para otorgar la ayuda, esta cuota puede darse en distintos
niveles: el más simple es que el vencido exente a su benefactor de pagar
cuotas en sus propiedades a cambio de la ayuda económica, las ayudas más
rapaces son las que le exigen al vencido una ridícula ayuda económica a cambio
de propiedades de gran interés estratégico. Sería inocente pensar que la
macroeconomía no se mueve bajo los mismos principios. La ayuda económica a
cualquier país siempre vendrá acompañada de la correspondiente cuota y la
mayoría de los casos esta cuota es abusiva y va en contra de la soberanía del
país en deuda.
Por otro lado, se han creado una serie de mecanismos internacionales para
reducir el efecto negativo de la actividad humana en el medio ambiente bajo el
argumento o el supuesto de que la responsabilidad por éste impacto negativo al
medio debe ser asumida por los gobiernos locales. Como por ejemplo la
oportunidad de canjear créditos por la reducción en las emisiones de carbono
para reducir la temperatura del planeta. Como si el gobierno de cada país fuera
el único responsable de la tremenda generación de gases de efecto invernadero.
Es evidente que las organizaciones mundiales cierran los ojos a la presión que
ejercen las gigantescas empresas multinacionales sobre los gobernantes para que
éstos les concedan permisos y los exenten de las certificaciones necesarias
para establecer industrias contaminantes en sus territorios. ¿Por qué no éstas organizaciones mundiales toman cartas
en el asunto y regulan a estas empresas contaminantes? O es más, ¿Por qué no se
estimula el uso de energías menos contaminantes y se disminuye el uso de
combustibles fósiles? ¿Por qué se frenan descubrimientos como los de Nikola
Tesla?
Para las organizaciones mundiales no hay otra respuesta que la de ponerle
precio a todo, hasta a los compromisos de los gobernantes, los cuales equivalen
a alguna cantidad en créditos de carbono. Por cierto, tampoco se preocupan por
saber el fin que se le da a estos créditos.
Se propone que se le permita a la industria privada ayudar a los gobiernos en
la financiación de programas en beneficio de los ecosistemas, pero viendo al
ecosistema como un stock que ofrece productos y servicios a la economía global.
Es obvio que al nombrar a la economía global, los beneficios obtenidos por
éstos servicios que brinda la naturaleza no se verán reflejados en la calidad
de vida el ciudadano común. El beneficio mayor lo obtendrá justamente la
industria privada que invirtió en cierta región con “problemas” ecológicos.
Esta inversión dota a la empresa privada de privilegios sobre esta región, sin
que ello la obligue respetar el entorno
natural ni social.
¿Cómo confiar en la buena voluntad de empresas que tienen el poder de
ayudarle al gobierno de un país? Cabría preguntarse ¿cómo obtuvieron tal poder?
Por lo regular las prácticas económicas de las empresas globales han sido
rapaces, abusivas y hasta criminales.
Se identifican cuatro problemas principales en cuanto a medio ambiente:
• La pesca
excesiva
• Contaminación:
el exceso
• La pérdida de
hábitat o la conversión
• El cambio
climático
Y para todos ellos se promueve la
ayuda del capital privado para ayudar a resolverlos. Pero fue justamente la
gula del capital privado la que ha llevado a estos problemas de destrucción y
deformación del medio ambiente. Problemas que sufre no la elit económica, sino
la mayor parte de la población mundial quien además está en condiciones de
pobreza. Es desesperanzador que las
organizaciones mundiales estén sirviendo de instrumento para legitimar que se
rompan fronteras, que se abran las puertas a la gula económica de las empresas
globales, que se patenten las formas de vida y que se registren en una lista de
almacén los recursos naturales.
Ya en la actualidad hay empresas
transnacionales que son más poderosas que muchos gobiernos. Poseen el poder
para extender su propiedad tan solo con el soplido del viento, tal es el poder
por ejemplo de Monsanto. De la cual hay miles de denuncias en todo el mundo,
acusándoles de prejuicios a la salud e impactos ambientales negativos. ¿Qué
hacen las organizaciones mundiales en
este caso? ¿Se ha creado algún mecanismo para que las empresas globales
respondan por sus desastres naturales? ¿Qué tanto se protege a las regiones y a
sus comunidades del efecto negativo de la globalización? Tal parece que a agenda
del banco mundial, a través de las organizaciones mundiales, es la de la
homogenización de la humanidad y su respectivo etiquetamiento en el stock de
productos y servicios que ofrece el planeta al mercado global.
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